Frases
Los novios – Mario Benedetti
“Desde el comienzo me gustaron su cara
larga, su desdeñosa agilidad, su impresionante saco azul que más bien parecía
de muchacho.”
“Leía sentado en el suelo, incómodamente
tirado hacia adelante, con la prevista consecuencia de unos alegres calambres
en las pantorrillas o una opresión muscular en el estómago. Bueno, qué
importaba. Después de todo, era un placer cerrar la puerta que me comunicaba
con el mundo y con mamá, no porque yo fuera un solitario vocacional, ni
siquiera por vergüenza o resentimiento. Tan sólo era un disfrute disponer de
dos horas para mí mismo, construirme una intimidad entre esas paredes
rugosamente blancas, y acomodarme en la franja de sol, cuidando, claro, de que
Verne permaneciera en la sombra.”
“Porque María Julia penetró en tierra
conquistada y allí se instaló, como si sus derechos sobre el altillo fueran
equivalentes a los míos, cuando en verdad ella era una recién llegada y yo en
cambio había demorado un año y medio en imaginar en todos sus detalles aquella
especie de refugio inexpugnable…”
“En definitiva no podía imaginar el
suicidio. Tampoco la muerte lisa y llana. Pero por lo menos la muerte era algo
que un día llegaba, algo no buscado. El suicidio, en cambio, era sentir gusto
por esa estéril, repugnante nada, y eso era horrible, casi una locura. Que esa
locura fuese asimismo arrojo, o simplemente cobardía, significaba para mí un
problema sólo secundario.”
“Me sentía triste y pesado, triste y
vacío. La tristeza, ahora que la tocaba, era algo más bien asfixiante,
pegajoso, una cosa fría que uno no podía sacarse de la cara, de los pulmones,
del estómago. Quizá yo habría deseado para él una vida mejor. Mejor no es
tampoco la palabra. Que su vida hubiera tenido una pasión vitalizadora, un odio
estimulante, qué sé yo, algo que le hubiera puesto en los ojos ese mínimo de
energía que parece indispensable para sentirse poseedor de una rebanada de
verdad.”
“Su defensa era más sutil que todo eso,
algo que quizá podía calificarse como una denotada resistencia a la emoción, o
como el designio de contemplar desde fuera todo transporte sentimental en el
que ella misma estuviese implicada. Por ejemplo: para besar nunca cerraba los ojos.
Por otra parte, si estábamos de pie y abrazados, yo tenía conciencia de que
ella, por encima de mi hombro, se miraba en el espejo de la pared. Su divisa
podría haber sido: «No entregarse», siempre que esa no entrega se hubiera referido a algo más que al sosegado cuerpo.”
“Es bastante probable que la primera
mujer que tocamos pueda llegar a convertirse en la unidad de deseo para el
resto de nuestros días, y sobre todo, de nuestras noches.”
“Todo fue tan fluido, tan espontaneo, tan natural, que a
ninguno de los dos nos pareció nada raro que de pronto mi mano estuviera en su
mano, que nos miráramos a los ojos como dos adolescentes o dos tontos.”
“Tenerla abrazada, estrecha o
laxamente, pasar mis manos por cualquier zona de su piel, era siempre una
experiencia tonificante, una transfusión de optimismo y de fe.”
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